Tod@s hemos sentido miedo, y lo seguiremos haciendo (¡por suerte!). El miedo nos mantiene viv@s y es que es la emoción más primaria que existe, es la emoción de la supervivencia. Gracias a que nuestros antepasados sentían miedo, ¡seguimos vivos! Así de importante es el miedo.
Como las demás emociones, lo que resulta limitante y poco saludable, es la intensidad con la que lo sentimos. Sentir miedo ante una situación de peligro es algo natural y necesario. Sentir miedo ante un cambio, ante un nuevo proyecto, es también natural (y es el miedo más habitual hoy en día)… Este miedo nos ayudará a estar atent@s, a analizar y sopesar las posibles consecuencias ante un nuevo proyecto o un cambio en nuestras vidas. Este miedo nos permite conectar con la prudencia, ¡y practicar la prudencia es muy saludable!
Pero, ¿qué pasa si el miedo se intensifica demasiado y se vuelve pánico o ansiedad? En estos casos el miedo nos bloquea, nos paraliza y no nos deja ver la «realidad», no por el miedo en sí, sino por el exceso de esta emoción, y nos quedamos atrapados en ella, casi que el miedo nos devora…
Si en algún momento te sientes así, algo que te puede ayudar, es mirar al miedo de frente y hablarle… Ese miedo tan grande e intenso seguramente parte de algo profundo, de alguna herida de cuando eras niñ@… así que háblale a es@ niñ@, escríbele una carta como adult@, consuela a ese niñ@ asustado, dale la mano y camina junto a él/lla…
Hay muchas maneras de hacer las paces con el miedo… muchísimas, es un tema recurrente en terapia y se trabaja muchísimo. Hay varias técnicas que ayudan a liberarlo…ninguna de ellas pasa por negarlo, así que, ¡bienvenido sea el miedo! No pretendas no tener miedo, no puedes elegir sentirlo, aparecerá sin más… aprendamos juntos a regular su intensidad para que nos ayude a ser prudentes en lugar de bloquearnos.